Los fundadores del Centro Vital original: El Reverendo Neibuhr
El Reverendo Reinhold Neibuhr pasó su vida ponderando acerca de la paradoja de como hacer compatible la existencia de la maldad con la de Dios. Heredó esta inquietud de su padre, quien había sido ministro de culto para los habitantes de las planicies de Illinois y que había contado con el orgullo de que su hijo siguiera el mismo camino. Al concluir sus estudios de posgrado en la Universidad de Yale, el joven Niebuhr aceptó un ministerio en Detroit, donde fue testigo de la terrible explotación a la que estaban sometidos los obreros de la industria automotriz. Su percepción de las consecuencias humanas de estas condiciones lo convirtió en un militante de la rebelión en contra de la sociedad de mercado de los 1920, y se incorporó al Partido Socialista en 1929, luego de iniciarse como instructor del Seminario de la Unión Teología en Manhattan el año anterior. Al arribar, Niehbuhr inmediatamente alcanzó una reputación de excelente y elocuente conferencista. En 1932 publicó su primera obra, Moral Man and inmoral Society , la cual se enfocó en la cuestión que tantos se habían preguntado antes y que había inquietado tanto al gobierno de Roosevelt como al de Truman: ¿Cómo es lograr que la sociedad industrial moderna sea más justa?
Niebuhr sabía que en muchos de los círculos progresistas en los Estados Unidos de su tiempo, la respuesta se encontraba en el movimiento del "Evangelio Social", que se había originado en el seno de Iglesias Protestantes empleando argumentos religiosos para justificar el activismo en favor de poner fin a la explotación del trabajo infantil, la promoción de las compensaciones salariales de los trabajadores, y otras causas similares. "El arco de la justicia" apuntaba hacia el mejoramiento de la sociedad, argumentaban. El carácter "pecador" de los seres humanos no era una condición permanente sino una reflexión del egoísmo al que los empujaba una sociedad basada en el dinero. Si se transformaban estas condiciones, la conciencia de las personas cambiaría también.
Niebuhr volteó de cabeza estas nociones con la esperanza de ahuyentar a los sentimentalistas de los liberales cristianos los cuales constituían su verdadera audiencia. "La fuerza" y la "coerción" - ideas consideradas como anatemas por aquellos que creían en la ilustración y en el progreso, efectivamente eran centrales al proyecto de mejoramiento social. La naturaleza humana tendía hacia el egoísmo, y el poder no cedería sin entablar la lucha. Las clases desprovistas de justicia tenían derecho a la "coerción" "éticamente justificada" en ciertos casos, incluso si está fuese "moralmente peligrosa". "Es sentimental y romático", advertía, "asumir que cualquier esfuerzo educativo o de enseñanza por ejemplo, destruiría completamente la inclinación de la naturaleza humana hacia la búsqueda de ventajas especiales a costa de, o la indiferencia hacia, las necesidades e intereses de otros".
El estallido de la Segunda Guerra Mundial en el Continente Europeo involucró a Neibuhr en una de las principales controversias que enfrentó en su vida. ¿Acaso los activistas cristianos, preguntaba, estaban dispuestos a creer que la respuesta apropiada al nazismo es el pacifismo". Para abordar esta difícil cuestión, Neibuhr fundó en 1941 la revista, Christianity y Crisis. Esgrimió sus argumentos en contra de los "irresponsables": los intelectuales obsesionados con las supuestas "lecciones" de la Primera Guerra Mundial, cegados a la amenaza que representaban el nazismo y el fascismo. La vida de Neibuhr se convirtió en una tormenta de argumentos, ensayos y reseñas escritos frecuentemente en vagones de tren entre conferencias, que llegaron a convertirse en libros en los que expuso su visión cristiana sobre la naturaleza humana, y las múltiples paradojas de la maldad en el Reino de Dios.
No menos importantes fueron sus esfuerzos por construir organizaciones de liberales anticomunistas durante la Guerra Fría. En 1941 fundó la Unión para la Acción Democrática para aglutinar a liberales y socialistas opuestos al pacifismo y el aislacionismo. Su intención no fue construir un partido político independiente sino combatir a los demócratas conservadores que querían desmantelar las reformas del New Deal.
La guerra había inspirado a Niebuhr a dejar a un lado el socialismo y pacifismo de su juventud para aceptar su destino como liberal, aunque uno bastante sui generis. De ahí surgió el enfoque al que denominó "las tragedias necesarias de la historia". "Las valoraciones excesivamente optimistas de la naturaleza e historia humanas con las que el credo democrático ha estado históricamente asociado son una fuente de peligro para la sociedad democrática", explicaba, advirtiendo de esta manera a otros liberales de su tiempo sobre los riesgos de permitir que sus esperanzas por un mundo en paz triunfara sobre la necesidad de prepararse para el probable surgimiento de uno plagado por conflictos incesantes.
Niebuhr sabía que en muchos de los círculos progresistas en los Estados Unidos de su tiempo, la respuesta se encontraba en el movimiento del "Evangelio Social", que se había originado en el seno de Iglesias Protestantes empleando argumentos religiosos para justificar el activismo en favor de poner fin a la explotación del trabajo infantil, la promoción de las compensaciones salariales de los trabajadores, y otras causas similares. "El arco de la justicia" apuntaba hacia el mejoramiento de la sociedad, argumentaban. El carácter "pecador" de los seres humanos no era una condición permanente sino una reflexión del egoísmo al que los empujaba una sociedad basada en el dinero. Si se transformaban estas condiciones, la conciencia de las personas cambiaría también.
Niebuhr volteó de cabeza estas nociones con la esperanza de ahuyentar a los sentimentalistas de los liberales cristianos los cuales constituían su verdadera audiencia. "La fuerza" y la "coerción" - ideas consideradas como anatemas por aquellos que creían en la ilustración y en el progreso, efectivamente eran centrales al proyecto de mejoramiento social. La naturaleza humana tendía hacia el egoísmo, y el poder no cedería sin entablar la lucha. Las clases desprovistas de justicia tenían derecho a la "coerción" "éticamente justificada" en ciertos casos, incluso si está fuese "moralmente peligrosa". "Es sentimental y romático", advertía, "asumir que cualquier esfuerzo educativo o de enseñanza por ejemplo, destruiría completamente la inclinación de la naturaleza humana hacia la búsqueda de ventajas especiales a costa de, o la indiferencia hacia, las necesidades e intereses de otros".
El estallido de la Segunda Guerra Mundial en el Continente Europeo involucró a Neibuhr en una de las principales controversias que enfrentó en su vida. ¿Acaso los activistas cristianos, preguntaba, estaban dispuestos a creer que la respuesta apropiada al nazismo es el pacifismo". Para abordar esta difícil cuestión, Neibuhr fundó en 1941 la revista, Christianity y Crisis. Esgrimió sus argumentos en contra de los "irresponsables": los intelectuales obsesionados con las supuestas "lecciones" de la Primera Guerra Mundial, cegados a la amenaza que representaban el nazismo y el fascismo. La vida de Neibuhr se convirtió en una tormenta de argumentos, ensayos y reseñas escritos frecuentemente en vagones de tren entre conferencias, que llegaron a convertirse en libros en los que expuso su visión cristiana sobre la naturaleza humana, y las múltiples paradojas de la maldad en el Reino de Dios.
No menos importantes fueron sus esfuerzos por construir organizaciones de liberales anticomunistas durante la Guerra Fría. En 1941 fundó la Unión para la Acción Democrática para aglutinar a liberales y socialistas opuestos al pacifismo y el aislacionismo. Su intención no fue construir un partido político independiente sino combatir a los demócratas conservadores que querían desmantelar las reformas del New Deal.
La guerra había inspirado a Niebuhr a dejar a un lado el socialismo y pacifismo de su juventud para aceptar su destino como liberal, aunque uno bastante sui generis. De ahí surgió el enfoque al que denominó "las tragedias necesarias de la historia". "Las valoraciones excesivamente optimistas de la naturaleza e historia humanas con las que el credo democrático ha estado históricamente asociado son una fuente de peligro para la sociedad democrática", explicaba, advirtiendo de esta manera a otros liberales de su tiempo sobre los riesgos de permitir que sus esperanzas por un mundo en paz triunfara sobre la necesidad de prepararse para el probable surgimiento de uno plagado por conflictos incesantes.
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